De nuevo un homenaje a "Liberty bar", de Simenon.

Hace ya algunos años, en concreto el 9 de mayo de 2007, nacía Liberty. El nombre era un homenaje a la mejor novela de Simenon sobre Maigret, Liberty bar. Luego, ya casi al final, cambió el nombre por el de JAJA, un personaje entrañable de dicha novela. Y, más tarde, Liberty/JAJA desapareció, era abril del 2009: "Hasta... ¿pronto, nunca, siempre?" se despedía entonces con cierto amargor en el alma: "muchos lectores que tienen otros blogs", muchos escritores que enviaban sus libros, algunas editoriales que también lo hacían (había días en que Liberty recibía más de 100 visitas)... dejaron de existir, ya no enviaban, ya no escribían, ya no existían...

Hoy (noviembre 2012) vuelve, con otra dirección (en-liberty.blogspot.com) pero con el fin de recuperar alguno de los textos que allí se publicaron. Y algunas cosas más. Pero haciendo tabla rasa de aquellos años.

Enrique Bienzobas

El contenido de este blog se ha transferido a la siguiente dirección:

Liberty B:

http://www.liberty-bienzobas.es


sábado, 24 de noviembre de 2012

La Resurrección o el por qué del viejo/nuevo LIBERTY




Resucitar Liberty ha venido a cuento porque leyendo dos magníficos libros, que nada tienen que ver con la Novela Negra, Policial o de Intriga -literatura que hacía ya mucho tiempo que no leía, entre otras cosas porque me parece repetitiva-, me he encontrado con sendas referencias a la Novela Policial. Ha sido algo así como volver a despertar el gusanillo, aunque entiendo que nunca segundas partes fueron buenas y, en este caso, además de cumplirse el refrán, es que serán distintas, ni mejores ni peores, distintas, ya iremos viendo en qué y por qué.
Pues bien, en el primero de los libros, La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado, de Servando Rocha (Ediciones La Felguera -nada que ver con La Felguera de Asturias), que viene a ser una especie de continuidad a otro de sus magníficos libros titulado Historia de un incendio, para mi uno de los mejores y necesarios que se han publicado en los últimos y muchos años (algunos insistimos en la necesidad de una nueva edición, puesto que se agotó la segunda, pero Servando no nos hace caso) nos dice, hablando de Jack el Destripador y de los periodistas, en una alusión, aunque él no lo mencione como tal, a las "Causas Célebres" y, después de explicar que el nuevo periodismo (el del siglo XIX, nada que ver con el del finales del XX y principios del XXI, que es una mierda), y de Poe, cuando dice que "la muerte de una mujer hermosa se consideraba el tema 'más poético del mundo'", añade: "Precisamente en Poe vemos ese origen de la novela policíaca, donde el misterio y el ingenio suplen cualquier juicio moral sobre el asesinato (a diferencia del subgénero de la novela negra, en la que con frecuencia el investigador se implica personalmente en la trama). Es ahí donde reside su dimensión estética y, por lo tanto, artística.
La novela policíaca luchaba contra la idea de crimen perfecto y el descubrimiento del culpable desvelaba el triunfo de la razón y la derrota del criminal. La complejidad en la manera de preservar su anonimato o el grado de exquisitez en la forma de matar mantenían la cualidad del artista en el asesino: la recurrente separación entre el Bien (el investigador o el detective) y el Mal (el asesino) no restaba 'belleza' al crimen. El detective, a pesar de representar el Bien, estaba desprovisto de juicios morales y su interés se basaba en el reto planteado; se enfrentaba al delincuente en el campo de la estética, porque delante tenía a otro genio, un genio del crimen. Su cometido era vencer esa genialidad oponiendo la suya propia. Ajeno a esta genialidad se situó el clásico desprecio del detective, al estilo del refinado Shrlock Homes, por los policías, retratados como torpes y descuidados. El fin último del detective era el de desvelar la identidad y el modo de proceder del criminal, es decir, vencerlo, pero perdía el interés a la hora de entregarlo a la justicia. Al fin y al cabo, Chesterton dijo la última palabra en torno a este asunto, cuando afirmó que 'él criminal es el artista; el detective, el crítico'", la frase real es .'El criminal es el artista creativo, y el detective sólo el crítico', creo que fue en el cuento "La Cruz Azul", publicado en español en una colección que dirigía Borges, llamada Biblioteca Personal, ediciones Orbis/Hyspamerica Ediciones Argentinas, S.A., 1988. 
Hay en este texto una señal muy interesante de cara a enfocar la diferencia entre novela policíaca y novela negra: la falta de ética en el detective mientras que en la novela negra el detective se involucra éticamente. Muchos habíamos visto al detective (novela negra), en esa línea entre el bien y el mal, ahora con minúsculas, pero siempre apoyando al débil. Con ello habíamos creído que la novela negra es una literatura comprometida "con su tiempo". ¡Qué equivocados estábamos! El tiempo del detective es el tiempo del capitalismo, ese sistema sin moral ninguna que, además, la utiliza, hipócritamente, a su favor siempre, engañando a los demás. Ponerse a favor del débil es ayudar a perpetuar esa debilidad. El débil no necesita de ninguna moral tampoco, sólo necesita de la acción conjunta de todos los débiles. No necesita a nadie (partido, sindicato, detective, policía...) que luche por él, si el no lucha por sí mismo y con los demás (no por los demás), nunca saldrá de esa situación. Y ese es el papel desempeñado por Dupin, Sherlock Holmes, etc. No el de El Agente de la Continental, por poner un ejemplo.
El otro texto pertence al segundo de los libros, Contra el arte y los artistas, del Colectivo DesFace, publicado en Las Neurosis o Las Barricadas, Madrid 2012, fue presentado en la librería Enclave de Libros (calle Relatores, 16, Madrid –Tirso de Molina-) el miércoles 21 de noviembre (el primero se presentará el sábado 24 en el mismo lugar). Un texto, como dice el título, colectivo que va enriqueciéndose a lo largo de los años. 
Dice así:
"El fondo social originario de las historias detectivescas (desde mediados del siglo XIX) es la difuminación de las huellas del criminal en la multitud de la gran ciudad; el naciente género de la novela policial es el reflejo de la tensión constante entre la creciente desindividuación y la persistencia del principio de individualidad propio de la burguesía.
En el siglo XIX se empiezan a percibir señales de algo que va a perturbar completamente la fisonomía del mundo burgués, que lo revoluciona desde dentro. La numeración de las casas se suma a una serie de formas de control que se pone en práctica desde fines de la Revolución Francesa, y que se multiplican con la administración napoleónica. Medidas técnicas que tuvieron que acudir en apoyo del proceso administrativo de control. Para la identificación individual se implementa la firma personal, que luego es completada con el invento de la fotografía y el carnet de identidad, lo que abre el campo de la criminalística. La fotografía hace por primera vez posible retener claramente las huellas de un hombre. Las historias detectivescas surgen en el instante en que se asegura esta conquista, la más incisiva de todas, sobre el incógnito de lo hombre/mujer. Desde entonces son innumerables los esfuerzos por fijarle cósicamente en obras, palabras, números y huellas.
El interés que tiene entonces el género policial o detectivesco es que expresa como una radiografía esta tensión; por un lado describe la multitud, es su morfología, pues transita por los lugares y emplazamientos de este nuevo sujeto que tiende hacia la homogeneización, y por otro lado, en la figura del detective, encuentra una reivindicación del individuo, de hecho todos sus esfuerzos están destinados a reconstruir las pistas que lo llevarán a través de ese marasmo indeterminado que es la masa, hasta un hombre particular: el criminal. Que, además, en tanto criminal, se opone a los social, se aleja y rompe con lo que en sí mismo hay de social según la teoría clásica, a saber: la norma.
Las historias de detectives aparecen en la misma época en que se institucionalizan las disciplinas sociales como ciencias, se establecen el método y los procedimientos de investigación. Y esto ocurre independientemente de la crítica demoledora que desde la filosofía se ha hecho del empirismo. La revolución industrial devuelve la confianza al inductivismo que esgrime mañosamente como prueba lógica de verdad la efectividad productiva. El personaje del detective es comparable con el investigador en ciencias sociales, que tiene que reconstruir una verdad objetiva a partir de leyes, que actúan en el ser humano como naturaleza. Sherlock Holmes, el personajes de Conan Doyle, es uno de los exponentes más característicos de esta tendencia en la literatura, es ejemplar por su frío raciocinio, que hace pensar en la exigencia de la ‘neutralidad valorativa’ de los padres de la sociología”.
Aquí termina esta larga transcripción.
Está claro. Revolución industrial, desarrollo de las grandes ciudades, aparición de las primeras policías científicas –curiosamente en algunos lugares, como en la Francia de Vidocq, esas policías habían sido anteriormente delincuentes- y anonimato. Este anonimato de la masa, junto con el desarrollo de las ciencias, tanto “positivas” como “humanas”, lleva al poder a enfrentarse al transgresor de las normas sociales: el delincuente. Ahí, la figura del detective viene a poner al individuo frente a la masa, aislándole de ella. El triunfo de la burguesía. ¿Y la figura del detective en la novela negra, qué restituye? Nada. El detective viene a “explicarnos”, como si los explotados no lo supiéramos, que está todo muy mal, pero que él sufre con ese estado de cosas. O sea, nada.
Y así volvió mi deseo de leer otra vez “novela policial”.
Volveré en otra ocasión sobre este tema.

El contenido de Liberty pasa ahora a Liberty-B: 
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viernes, 23 de noviembre de 2012

LIBERTY BAR



El primer trabajo que se publicó en Liberty fue este:


Iniciemos el recorrido por la novela de Georges Simenon, Liberty bar:

Esta es para mi la mejor novela del comisario Maigret. Incluso el propio Simenon nos habla de la mucha relevancia que tenía para él: obra representativa de mis primeras posibilidades al margen de la novela policíaca (citado por J. C. Sasals en Simenon en su obra y en la vida, editorial Albor. Barcelona, 1957). No creo que con estas palabras el autor trate de menospreciar el género de la novela policíaca. Supongo que se refiere, a aquellas novelitas que escribía antes de 1929 para ganarse la vida. Pequeñas narraciones en las que planteaba un problema para que los lectores intentaran dar con la solución, creo recordar que fueron tres series de esas novelas las que escribió. Aquí se refiere a las "novelas fuertes", como él las llamaba. En ese sentido Liberty Bar, escrita en 1932, es paradigmática.
En la narración, la intriga es lo de menos. Dos obsesiones discurren a lo largo de toda la historia: El tiempo, representado por el reloj-despertador situado en la trastienda del Liberty, encima de la chimenea de la cocina de Jaja. Con una sencilla onomatopeya, tic-tac, tic-tac…, se asiste a la angustia de un tiempo sin tiempo, de un pasar como mero discurrir, un dejarse llevar. Unas veces, como cuando Maigret se encierra en esa cocina con Sylvie, el tiempo presiona en el ambiente; otras veces el tiempo se siente discurrir de forma tranquila casi crapulosa, como una embriaguez envolvente.
La otra obsesión es la orden que recibe Maigret de "que no haya historias" y que da lugar a que investigue en Canes. Browm fue un antiguo colaborador de los servicios secretos franceses y no interesa que el tema se airee. Por eso envían al comisario tan lejos de sus atribuciones, para "que no haya historias". La frase se repite una y otra vez y, junto con la anterior, produce una sensación de asfixia permanente: tic-tac, que no haya historias, tic-tac, que no haya historias…
La narración es a la vez sencilla y complicada. Se trata de "una historia de amor: una vieja que mata a su viejo amante porque él la engaña con una joven". Asi de sencillo. Pero ¿quién es el viejo? William Browm, australiano, dueño del mayor negocio de lanas del mundo que, llega a Francia a controlar un pleito, acaba siendo controlado por la vida y se queda.
Resulta que en Australia, la familia, protestante y trabajadora, desconoce lo que significa vivir con mucho dinero en la costa azul, "esa avenida de sesenta y tantos kilómetros", de vida, lujo, amor, champán... y cuando se entera, en su remanso de trabajo e hipocresía, de esos gastos de locura y de la vida de crápula que, según ellos, lleva William, deciden incapacitarle legalmente.
Gracias a una pensión que le pasa su hijo Harry, un sinvergüenza hipócrita que lleva una doble vida amparado tras las más estrictas normas de la sociedad, William vive ahora en un chalet con dos mujeres: su querida y la madre de esta, dos harpías tremendas. Varios días al mes en el Liberty, "la casa en la que nunca se habla del pasado" (ese debería de ser el subtítulo del libro), se rodean de comidas y bebidas.
William, que no es tonto, mantiene un pleito con su familia. Ha recurrido la incapacitación y pretende "fastidiar a su familia" aun después de muerto, como su familia le ha fastidiado a él. Registra su testamento ante un notario, con el fin de que el pleito continúe después su muerte. Este documento será el causante de una intriga entre el hipócrita de Harry, su hijo, y Joseph, el chulo de Sylvie.
Simenon ha creado, en mi opinión, la novela perfecta de la serie Maigret. Con pocas palabras, consigue que percibamos sus descripciones como algo vívido:
“El sol empezaba ya a calentar y, aunque en las calles de la ciudad todos los postigos estaban cerrados y las aceras desiertas, la vida del mercado comenzaba a bullir"
“Un ambiente suave, sereno. Gente que andaba sin prisas. Coches que se deslizaban sin ruido, como sin motor. Y muchos yates de color claro en las aguas del puerto”
El bar: “Un lugar sin vicio, sin maldad. Un bar en el que se entraba de inmediato en la cocina, donde a uno lo acogía la familiaridad de Jaja”
“En plena noche, el mar era como un charco de tinta del que no se elevaba ni un estremecimiento”
Eso por si solo, podría ser el atractivo más importante, pero también hay otras razones. Los personajes: Browm, ¡como aprecia Maigret al viejo!, "condenado Browm!", se dice una y mil veces para sus adentros. Como le satisface que el viejo y "condenado" Browm se enfrente a su hijo. Harry representa el orden, la hipocresía, mientras que el viejo William representa el desorden, la vida: "Orden, desorden, orden, desorden". Sylvie, la buena, pobre y delgada Sylvie, que muestra sus intimidades sin importarle un bledo, como lo más natural del mundo. Será desgraciada toda su vida. Joseph, el chulo listillo y vividor que pierde todo su dinero en las carreras. Y sobre todo, Jaja, gorda, casi no puede andar, hipertensa, los pies hinchados, entrañable, amante de todos, a todos acoge familiarmente, a todos quiere.
Jaja crea un ambiente decadente para los que ya la vida es un restar, para los que no tienen otra finalidad que dejar que sus vidas se les escapen, sin preocupaciones, sin odios, entre los vahos del alcohol. Fue puta en París, tuvo un marido enrollado y en Canes montaron el bar en un lugar recóndito y triste. Un bar que iba a ser triste pero que por un tiempo fue muy alegre.
Jaja y William, ¡qué pareja! Sólo viven juntos unos días al mes, pero ¡como los viven! Sin prisas, copa va, copa viene. Apenas hay nada que decir. Sylvie está con ellos, luego marcha a trabajar y luego vuelve. Allí están los dos, empapados en alcohol dentro de una espiral sin fin. Los tres, junto con Joseph y Yan, el marinero del Ardena, un yate de lujo.
Como siempre en las historias de Maigret, hay un narrador omnisciente. En este caso una pequeña intriga, -que creo, como aludía más arriba, que no tiene demasiada relevancia – es la que sirve de ‘disculpa’ para enredarse en la historia. ¡Y qué enredo!
En resumen, una muy buena historia, con unos personajes contundentemente descritos en muy pocas palabras, unos ambientes sabiamente expuestos, unos paisajes descritos a través de la evocación interior del narrador y unos enfrentamientos entre personajes que no son ni más ni menos que un magnífico reflejo de la lucha por la vida.(c)

Georges SIMENON: Liberty Bar (1932)TUSQUETS. ( 1995, 10ª edición) Traducción: Carlos Pujol. ISBN: 84-7223-905-5. 

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